En el mes de la independencia y la amistad, los invitamos a reflexionar sobre nuestra libertad.
Que Spinoza discuta, en ocasiones enfático y hasta enojado, con esas fuentes, es precisamente lo más judío de su carácter.
Spinoza, como tantos otros autores célebres, realiza una apropiación crítica de la tradición de la que forma parte. No regala sus fuentes, no renuncia a su linaje, no reniega de su pertenencia. Más bien, acusa a los líderes religiosos y políticos de su época -rabinos y parnassim- de hacerlo, de haber traicionado lo más caro del espíritu judío: «la posibilidad de cuestionar y disentir, la rebeldía y la independencia de criterio». La «libertad de pensar», eje fundamental de su obra, así como -expresado de diversas manera- de la tradición de la que proviene. Desde Abraham, ese primer hebreo que discute con Dios en ocasión de Sodoma y Gomorra y que decide, poco después, no obedecer al Dios del sacrificio, hasta Moisés, el líder de la liberación, enfrentado al poderoso, pasando por Jacob/Israel (literalmente, «el que luchó con Dios y prevaleció»), los personajes emblemáticos de la narrativa judía son rebeldes, tozudos, cuestionados y sacrílegos.
Vimos: no existe en hebreo un verbo para «obedecer».
Si el Talmud impone la obligación de preguntar y desafiar al maestro, la Torá muestra la necesidad de «desviarse del camino» -como Moisés cuando pastaba sus ovejas en el desierto- para acercarse a la verdad, esa zarza que arde y no se consume, es porque el del texto bíblico es un Dios que ordena interpretar. Spinoza ha leído agudamente esa paradoja. Como dice Levinas, «estamos obligados a ser libres»
Esa conflictividad inherente a lo judío, lejos de impulsarlo a la renegación o a la conversión, lo lleva a volver a su matriz textual para, precisamente «liberarla» de las traiciones y distorsiones.
Acto de máxima fidelidad y, a la vez, de rebeldía contra los «soberanos» eclesiales.
Reflexiones extraídas del libro: «Tiempos de Spinoza» Diana Sperling.